miércoles, 20 de enero de 2016

Un gobierno de progreso y un grupo "confederal" / Ramón Cotarelo *

Ojalá se hiciera realidad el optimismo que respira el titular de El País, pues ese pacto es el que Palinuro viene pidiendo hace meses: PSOE y Podemos. El PSOE, un partido socialdemócrata, se ha aburguesado bastante, hasta el punto de que muchos aseguran que, en realidad, no es un partido de izquierda. No vamos a discutir sobre esa generalizada afición en nuestro país a sentar doctrina otorgando vitolas de buenos y malos, de  izquierda y de derecha porque forma parte de su misma esencia tradicional desde los tiempos del Santo Oficio y, la verdad, cansa un poco. Que el PSOE se ha apoltronado, olvidado de sus bases, burocratizado y, en los ultimos años, ha mostrado tener en su seno más pollinos, trepas y corruptos de lo cabría esperar es bien visible y se nota en su descenso del voto. Por eso le interesa aliarse con Podemos, que lo espolee más a la izquierda, le exija mayor compromiso, políticas mas audaces y sociales. Le obligue a  "izquierdizarse"

A su vez, Podemos, que vende la imagen de albacea del 15M será, probablemente, porque da a este movimiento por difunto, ya que en su organización, programa, comportamiento, militancia y dirección, ha dejado de ser una organización asamblearia para convertirse en un partido leninista de ordeno y mando y con un patente culto al líder. Todo ello conjugado con un oportunismo tan carente de principios que dan ganas de enviarles alguno con porte gratuito. También a esta organización autoritaria, populista y pelín demagógica, le viene bien la alianza con el PSOE que, al fin y al cabo, es el legítimo representante en España del socialismo democrático y subrayo el "democrático" porque es de lo que todo el mundo presume pero escasamente practica.

El gobierno de izquierda (contra el que no tardará nada en lanzar rayos jupiterinos el bueno de Anguita, a quien solo mueve el objetivo de torpedear todo acuerdo con el PSOE) no solamente es posible y conveniente sino que es una necesidad. Este país tiene que dejar atrás estos cuatro años de humillación, saqueo, imbecilidad y carcunda; olvidarse de que alguna vez un personajillo tan ruiz como inútil tuvo mando en él; recuperar los derechos sustraídos, la dignidad hollada y el bienestar negado. Y eso solo es capaz de hacerlo la izquierda.

Pero ¿podrá, numéricamente hablando? Muy probablemente. Se verá cuando Sánchez, una vez haya fracasado Rajoy a quien no quiere nadie, comience sus consultas. La suma de diputados de PSOE, Podemos, IU, seguramente el PNV y con bastante probabilidad algunos otros y la abstención de los demás con el inevitable voto en contra del PP, permitiría formar un gobierno minoritario. Seguramente será una legislatura corta porque la derecha se empleará a fondo, con ese estilo bronco y jabalí que la caracteriza, hasta conseguir las elecciones anticipadas que siempre pide a gritos al día siguiente de haber perdido las anteriores. 
 
Por eso interesa que, una vez constituido el gobierno, acometa la labor de regeneración más urgente que está esperando el país para salir de este agujero en que lo ha metido un verdadero inútil que solo ha gobernado en provecho propio en sentido estricto y de los suyos, muchos de los cuales son una banda de ladrones. Y concreto: medidas urgentes de remedio social para situaciones angustiosas, derogación de la reforma laboral, derogación de la Ley Mordaza, derogación de la LOMCE, saneamiento de la vida pública, regneración democrática, recuperación de lo público en todos los órdenes, desde unos medios secuestrados y manejados por verdaderos sicarios políticos y morales, hasta los servicios públicos que la derecha ha arrebatado a la gente por vía de privatizaciones, o sea, de saqueo y expolio.

Hay mucho por hacer y poco tiempo que, obviamente, no hay que perder en peleas internas exasperantes, de esas que han destruido a IU y pueden destruir a Podemos, en donde han encontrado refugio muchos tránsfugas de IU que ya está impartiendo lecciones morales. Para eso es imprescindible que el PSOE se aquiete en su interior, los barones dejen de morder las canillas de Sánchez y, sobre todo, no le torpedeen convirtiendo la cuestión del referendum en un shibolet de la intransigencia hipócrita y eso en la medida en que el mismo Sánchez no esté de acuerdo con ello. 
 
Es decir, es absurdo exigir a los de Podemos una renuncia expresa al referéndum catalán, como una abjuración medieval y solo sirve para hacer imposible lo que todo el mundo reputa necesario, aunque nunca se sabe. Las gentes somos muy retorcidas. El PSOE puede -y debe- llegar a un acuerdo de gobierno grosso modo, dejando de lado el referéndum. Con decir que él no lo acepta y que no moverá un dedo para hacerlo posible, queda salvo de responsabilidad. Entre tanto, que Podemos haga lo que quiera en favor de ese mismo referéndum (que, de todas formas, no va a salirle) como, por lo demás, también haría aunque no estuviera en alianza con los socialistas.

A su vez, Podemos tampoco puede exigir al PSOE que transija con el referéndum porque a más de uno y de una le parecerá un casus belli. Puede aplicar el mismo relativismo y la misma tolerancia con el PSOE que el PSOE con él. Hay muchos más asuntos sobre los que discutir y que no son tan cenagosos como este. Hipostasiar el referéndum (cuando ni los independentistas lo quieren ya) es ridículo y solo lleva a un callejón sin salida. No renuncien al referéndum, al que últimamente, por las razones que sean, tienen en gran estima, pero no condicionen su colaboración con el gobierno a que el PSOE se lo trague, como cuando Sapor I obligó al emperador Valeriano a tragar oro fundido.

El problema estará más bien en las tensiones internas que esa colaboración despertará en ambos partidos. En el PSOE a cargo de esa fronda de barones bastante hirsutos que vigilan los pasos del secretario general y en Podemos, de los guardianes de la pureza revolucionaria espontaneísta y asamblearia. Aun así, ambas dificultades serán salvables.

La cuestión verdaderamente peliaguda, sin embargo, estará en el contenido de las palabras definitorias del grupo parlamentario de Podemos. Después del rigodón de los últimos días, cuando quedó claro que, al prometer a sus franquicias cuatro grupos parlamentarios propios, algunos se habían pasado de listos, la cosa ha terminado en un grupo único de Podemos con 65 diputados (cuatro se han quedado fuera) calificado como plurinacional y confederal. Ahí es nada. Palinuro estaba equivocado: los adalidades de la plurinacionalidad del Estado sí son capaces de reconocerla en la práctica. Es más: las diputadas de En Comú y los de En Marea, ya han comunicado a sus gentes muy contentas que tendrán voz propia y voto propio, que no habrá disciplina de voto. ¿Seguro? ¿No será como la promesa de los cuatro grupos? Vale, la legislatura aún no ha comenzado. Veremos cómo funciona esa libertad de voto cuando haya que decidir cuestiones sensibles, sobre todo de orden territorial importantes para Galicia y Cataluña.

Imaginemos que en alguna votación (y habrá muchas), los diputados de En Comú votan en contra del gobierno que ellos mismos apoyan. A lo mejor se pierde la votación. O a lo mejor, no, pero lo que sí está claro desde ahora mismo (y esto no es un juicio negativo sobre la situación sino absolutamente objetivo) es que el gobierno nunca sabrá de antemano con exactitud con cuántos votos cuenta. Tampoco está mal. Las votaciones con disciplina de voto son seguras, pero poco emocionantes. Esto es más emocionante, pero no sé si no planteará infinidad de problemas y acabe con divisiones, escisiones y fraccionamientos en el grupo de Podemos, en la más acrisolada tradición de IU, de la que proceden muchos de ellos.

Si se me apura, tampoco este supuesto, muy verosímil, es excesivamente grave. Cabe suponer que, cuando las cosas se tensen y los diputados de En Comú, o los de Anova en Galicia, vayan a votar en contra de su propio gobierno, este habrá conseguido el apoyo de los de Ciudadanos. Tal situación obligará a Sánchez a gobernar mediante prácticas de geometría variable. Pero eso no está mal. Quizá aprenda política.
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED

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