lunes, 31 de marzo de 2014

Crónica histórica de una experiencia periodística: De Campoamor a La Moncloa / Francisco Poveda


Coincidiendo con la reciente muerte de Adolfo Suárez ha vuelto a resurgir la figura histórica del primer ex-presidente del Gobierno de la Democracia y se ha hecho pública la razón de fondo por la que tuvo que dimitir a comienzos de 1981, abandonado por la confianza del rey Juan Carlos I y la presión definitiva del sector más inmovilista del Ejército. Con la celebración del funeral de Estado en la catedral de La Almudena se cierra definitivamente un importante capítulo de la actual Historia de España que los investigadores aún tienen que expurgar a fondo para que la verdad resplandezca por encima de una austera lápida de la catedral de Ávila.

En la primavera de 1978, y tras un período de reflexión, Adolfo Suárez accedió  a conceder su primera entrevista solicitada como presidente del Gobierno a un periodista. Hasta un año después, no concedería la segunda ; sería al entonces director de “El País”, Juan Luis Cebrián. De aquel 12 de mayo se esbozan aquí recuerdos y prolegómenos que, vistos con la perspectiva actual, sirven de documentación a la crónica  inconclusa de aquellos años.

En aquel tiempo era la entrevista más codiciada. Pero  el Presidente no estaba por la labor debido a la complejidad del ambiente político. Muchos otros colegas de Madrid y extranjeros lo habían intentado ya, sin suerte, y las posibilidades de una aceptación definitiva eran remotas.

Suárez, Adolfo, el otrora campeón estival de tenis en la Dehesa de Campoamor cuando le conocí por primera vez diez años antes, se sentaba ahora en uno de los sillones más difíciles de este país, sacudido por el terrorismo y la crisis económica. Y enrolado en el proceso de pasar sin violencia de una autocracia a una democracia enmedio de un agrio debate popular de si hacerlo con ruptura o con reforma. Él apostaba y era líder de lo segundo como centrista converso desde las filas del partido único oficial. Pocos meses después conseguiría sacar adelante, con consenso y refrendo popular, una nueva Constitución democrática: la que más ha durado en toda nuestra historia como país aunque ahora se la cuestione.

El Presidente me recibió a las ocho de la tarde del viernes 12 de mayo, después del Consejo de Ministros. Antes, Fernando Ónega, en aquella fecha jefe de Prensa de la Presidencia del Gobierno, me había mostrado la parte oficial de un Palacio de la Moncloa, aún sin reformar para adaptarlo a su nueva función, y tal como estaba para ser residencia de jefes de Estado de visita en España. Suárez surgió, impecable, de la zona provisional de su residencia y, tras recordar nuestros veranos en la finca de los Tárraga-Segura, me invitó a pasar a su despacho de estilo clásico francés.

Mi objetivo profesional se estaba a punto de cumplir. Era yo el primer periodista en lograr un tiempo del Presidente para charlar distendidamente sin más restricciones que no tomar notas o enchufar la grabadora. Estuvimos casi dos horas, sin contar lo que hablamos mientras me acompañó a la puerta para despedirme y recordar que “Campoamor es uno de los sitios donde más me he divertido”. Definitivamente, me pareció más seductor que tahúr.

La labor previa había dado su fruto. Aparte de esgrimir nuestros comunes veraneos, y amigos jerezanos como Federico González de la Peña, el luego librero de Brönte, hube de utilizar conexiones personales de confianza para los dos, entre otros, el ahora muy famoso Antonio Navalón, uno de sus asesores personales, y Pepe Duato, gobernador civil de Alicante, y desterrado por la Dictadura tras haber asistido en su juventud al “contubernio de Munich”, además de ser padre del bailarín Nacho Duato.

El mètodo, mi oferta, y las conexiones profesionales habían convencido al, hasta entonces, desconfiado y hermético Adolfo Suárez. La fórmula de compromiso era hablar como presidente de UCD más que del Gobierno, en un contacto oficioso y amistoso. Las condiciones me recordaron las que Abilio Bernaldo de Quirós me puso un quinquenio atrás para lograr entrevistar a Henry Ford II, el magnate mundial del automóvil, de Detroit.

Años después, alguno de esos mismos intermediarios me procuraron la elaboración de un proyecto periodístico para España de “News Corporation”, la empresa mediática del judío australiano Rupert Murdoch, que, finalmente, no se desarrolló ante argumentos estratégicos nacionalistas de otras empresas periodísticas madrileñas.

La actitud del Presidente se explicaba, más que por estrategia de partido, por prudencia para no poner en peligro la política de Estado que él se proponía, de acuerdo con el Rey Don Juan Carlos, para restablecer la convivencia en un país muy estigmatizado todavía como consecuencia de la secuelas dejadas por la Guerra Civil y el régimen de Franco en una sociedad ya madura para la democracia. A Suárez no le gustaban las entrevistas periodísticas formales y prefería la charla amistosa inteligente porque consideraba prudente no emitir públicamente juicios de valor sobre personas y hechos recientes que pusiesen en riesgo sus propósitos, más o menos confesados genéricamente. Bastante tenía con convencer, calmar o neutralizar a los más ortodoxos franquistas. Su obsesión, consolidar una democracia para todos, incluidos los satanizados comunistas.

Pero nueve años al frente de TVE le hacían comprender la importancia de los medios de comunicación. Además, el periodista era joven, 25 años, y con pocos prejuicios pese a haber asistido desde las agitadas aulas de la Universidad Complutense, a la misma vez que Aznar, Ana Botella, Helena Hedilla o Pérez-Reverte, a los estertores del régimen, magnicidio de Carrero Blanco (uno de los mentores de Suárez desde los tiempos de la Dehesa de Campoamor), y muerte de Franco, residiendo en un colegio mayor donde tenía por vecino de planta al ya entonces inquieto y locuaz Álvarez Cascos.

Suárez no rehuye entrar a todos los temas que le planteo sin cuestionario previo, salpicando la conversación amistosa con pronunciamientos como que “nada me hace decaer ni me desalienta. Mis banderas son las de la libertad y la justicia”. De fondo, en la librería, destacan una foto con el Rey vestido con uniforme militar de campaña; otra de su esposa, Amparo Illana; y una tercera del falangista liberal Fernando Herrero Tejedor, su primer gran mentor, “padrino” político, y padre del periodista Luis Herrero, en medio de muchas otras con jefes de Estado o de Gobierno.

Cordial y accesible, Suárez llenó de colillas el cenicero; contó anécdotas y gastó bromas. Llegó a revelar tácticas pero silenció estrategias. Jugaba mucho con el factor tiempo y calculaba perfectamente toda contestación al cambio político en la duración de su efecto psicológico y el momento de darlo a conocer. Preveía todas las reacciones a sus decisiones, y el paso siguiente. “Mi designación por el Rey causó hasta risa”, me dijo al revelarle mi sorpresa de aquel 4 de julio de 1976 al conocer la noticia de agencia en la mesa de Redacción de “La Verdad”.

Porque Suárez sólo contaba 44 años. A continuación me reveló que su ambición secreta desde siempre era llegar a presidente del Gobierno. Por eso, tiempo atrás y mediante contactos discretos, había presentado sus proyectos de transición y su visión de la reforma desde dentro al entonces Príncipe de España. Lo que más convenció a Don Juan Carlos fueron las mayores posibilidades de Suárez de materializar esos proyectos de evolución frente a las fórmulas que le presentaron también otras figuras políticas del momento.

En tono distendido, entre temas muy serios, volvíamos una y otra vez a cuestiones más triviales. “Cuando no me dedico activamente a la política es cuando me pasa todo lo malo de mi vida”, parece que vaticinó aquel 12 de mayo a tenor de lo que ha sufrido después con la enfermedad y muerte de su mujer y de una de sus hijas. “Soy un chusquero”, recalcó tras enumerar todas las funciones políticas desempeñadas en los diversos niveles de la Administración del Estado, desde gobernador de Segovia a presidente del Gobierno pasando por director general y ministro. ”Tengo colmados todos mis deseos de poder". Precisamente Suárez me confesó que le gustaba ir al Congreso de los Diputados y dirigir personalmente la estrategia de su partido (normalmente eso lo hacía Abril Martorell) cuando había que adoptar decisiones importantes.

Quizá el momento de más interés de las dos horas fuese cuando se mostró seguro de que los empresarios y banqueros apoyaban sus reformas económicas, que, ya entonces, pasaban por la supresión de privilegios e introducir la economía de mercado tras decenios de práctica autárquica “para que ésta funcione correctamente”. Suárez aventaba difícil salida a la crisis económica que sufríamos y me confirmó su gran preocupación internacional por el Estrecho de Ormuz, lugar de paso de la mayoría del crudo mundial y vía estratégica del suministro de petróleo a Occidente. Confiaba en la entrada de divisas gracias al turismo, una reserva monetaria que antes de llegar él ya era importante, pero mostraba cautela al decirme que “no basta con tener una Constitución democrática para lograr la reactivación”.

Quería hacer política de Estado, se mostraba satisfecho conque la Izquierda hubiese aceptado a la Monarquía de Don Juan Carlos tras asumir los intereses supremos de España, y no se arrepentía del cambio de su trayectoria política desde el franquismo porque pensaba que “lo más normal y racional es tender al centro”. No le gustaban, según me dijo, los cambios bruscos y pendulares. Y pasaba bastante de las críticas personales porque “las etiquetas las da el pueblo y las refrenda un determinado comportamiento. Se han dicho de mi cosas falsas en la Prensa”. Aproveché su locuacidad en el trayecto desde su despacho hacia los jardines y la salida del edificio de Presidencia para testar su resistencia a modificar límites territoriales entre las regiones que iban perfilando la España de las Autonomías.

Como colofón, antes de la preceptiva foto de despedida en la puerta a las escaleras exteriores, le recordé la entrevista que muchos meses antes yo le había hecho a su hija Laura en la casa de verano que el director general de Seguridad, Mariano Nicolás y su esposa, Mari Jiménez, fallecidos en accidente hace años, tenían en Denia. Sin reprobar mi logro por accesibilidad a aquellos anfitriones, Suárez me despidió diciéndome:“A mis hijos les tengo prohibido hacer declaraciones por si sueltan algún disparate”.

El origen de las crisis / Ángel Tomás Martín *

El siglo XX ha transcurrido con una serie de crisis de influencia inevitable sobre la economía mundial, que se inició con la más profunda, la del año 1929 conocida como "La Gran Depresión", de la que se obtuvieron experiencia y conclusiones una vez transcurridos los siguientes quince años. Sin duda, la actual iniciada en el último trimestre de 2007, ha sido la peor desde los años treinta, y transcurridos siete años se sigue trabajando intensivamente para la recuperación, sin que exista pleno acuerdo todavía sobre cuales han sido las razones que la provocaron. 

Podemos afirmar, sin aspirar a conclusiones definitivas, que se sigue desconociendo la relación entre la economía global y los movimientos financieros internacionales. Estos últimos, a nuestro juicio, al estar incontrolados y constituir un poder colectivo que atrae a los inversores de todos los países, beneficiándose especialmente los encubiertos analista-gestores de los grandes bancos de inversión, son los verdaderos culpables de las crisis y sus consecuencias nefastas. Los movimientos financieros incontrolados y perturbadores de la economía real, no se tenían en cuenta hasta la aparición de La Gran Depresión, y aunque se haya avanzado en su control, sigue siendo escasa la atención que los gobiernos le prestan.

En los principales centros de investigación económica se considera ahora la necesidad de introducir sistemas de control sobre los movimientos de los poderosos mercados financieros, convencidos de que son las ideas especulativas y no los intereses de la economía real el verdadero origen de la inestabilidad de los precios de los activos que aquellos provocan para la obtención de beneficios rápidos. Sólo la intervención de los bancos centrales puede impedir las turbulencias económicas que periódicamente soportamos.

El comportamiento de los mercados financieros, la gran volatilidad muchas veces provocada de los precios de los activos, la ausencia de prevención por parte de los gobiernos que carecen del dinamismo necesario para corregir los impactos de aquellos, que sí actúan apoyando a los mercados para celebrar los resultados positivos en la fase alcista del ciclo, pero que retiran la liquidez ante la aparición de una burbuja provocando: pánico, ventas de urgente realización, caída del consumo y desplazamiento de la actividad industrial, son el verdadero causante de casi todas las crisis. 

Los gestores de la economía casi nunca aciertan en la adopción de medidas, ni en el diagnóstico de las causas que provocan los grandes desajustes. Los Gobiernos deberían centrar la mayor atención en el control de los movimientos financieros desestabilizadores, y en el respeto y cumplimiento de los Presupuestos Generales de las Administraciones Públicas. Tal vez la penalización de su incumplimiento, y de las macroinversiones de difícil amortización y de nula rentabilidad, sería una de las soluciones más efectivas en la buena dirección de unapolítica económica útil, acertada y creadora de confianza.

Si contemplamos la deuda de nuestras Administraciones Públicas en base de lo expuesto anteriormente, comprenderemos mejor el impacto macroeconómico que la crisis ha ocasionado. La deuda a finales de 2013 se aproxima a los 1.000 millones de €, más del doble de los 435.000 millones en que se encontraba al principio de 2.008, por tanto, ha pasado del 40% sobre el PIB a superar el 90% al comienzo de 2014. El profesor de Harvard Kenneth Rogoff, llegó a la conclusión de que la deuda elevada disminuye la posibilidad de crecimiento, y cuando se supera el 90% del PIB se hace muy difícil el progreso de la economía.

Si se llega a la conclusión de que cuando el sector financiero alcanza niveles insoportables, presiona sobre la economía real ocasionando recesión y dificulta volver al crecimiento, sólo es posible crear riqueza si hay ideas capaces de potenciar nuevas fuentes o sectores donde la inversión se reactive creándose tejido empresarial y empleo.

Cuando faltan ideas se suele recurrir, como camino único, a la subida de la presión fiscal con el fin de recaudar más para hacer frente al servicio de la deuda de las Administraciones Públicas. Esta medida adoptada en medio de una crisis aún sin crecimiento, aunque se haya superado la recesión, es un error demostrado, ya que oprime a la empresa y al emprendimiento, obstaculizando el desarrollo económico sin conseguir aumentar la recaudación. Ésta solo es posible si el sistema fiscal estimula la actividad obteniendo efectos positivos recaudatorios más rápidos.

Los errores cometidos no deben repetirse y para ello "no debemos olvidar al sector financiero especulativo", el desajuste presupuestario, la mesura en la presión fiscal, contar con un sistema bancario saneado y con liquidez equilibrada, y una presión moderada del coste financiero de la deuda pública. El sistema de regulaciones administrativas continuado, es otro de los motivos que infunden desconfianza e inseguridad cuya práctica debe abandonarse.

(*) Economista y empresario