domingo, 4 de agosto de 2013

Hay que irse, Presidente / Ramón Cotarelo *

El vídeo del PSOE en Youtube, poniendo en paralelo, en muertes paralelas, a Nixon y Rajoy es demoledor. Similar situación, parecidas reacciones de impostada seguridad, las mismas afirmaciones de honradez y todo ello respaldado solamente por sus muy devaluadas palabras.
A estas alturas ignoro si queda alguien en la creencia de que la intervención parlamentaria de Rajoy haya resuelto alguno de los problemas del compareciente y del país que se empeña en gobernar contra toda razón y lógica. Nadie salvo el PP y sus dos hojas parroquiales creen que lo ocurrido cierre el asunto. Al contrario, sigue vivo y, en todo caso, más que antes a juzgar por las declaraciones de Rajoy en sede parlamentaria en las que vino a reconocer la práctica de que lo acusan los papeles de Bárcenas a él en persona y a su partido del que es presidente: los famosos sobresueldos. Ya no es preciso escribir presuntos sobresueldos pues estos han sido confesados, bien que con curiosos nombres que no hacen bueno el contenido. Y dado su carácter supuestamente ilícito, constituye la mejor prueba que cabe aducir para pedir una investigación judicial por presunta asociación ilícita
Nadie ha creído a Rajoy. Menudo estratega el presidente. El 72% de los españoles piensa que Rajoy no dijo la verdad al Parlamento cantidad que, siendo alta, no alcanza el porcentaje de quienes dicen tener poca o ninguna confianza en Rajoy, según el último barómetro del CIS; un barómetro que confirma la tendencia de los últimos dos años: desprestigio de los políticos, bajísima confianza en los dos dirigentes del gobierno y la oposición mayoritaria, descenso en picado de la intención de voto del PP y mantenimiento del PSOE en el fondo del hoyo en que se precipitó el 20-N 2011 y ascenso de IU y UPyD. Según interpretación muy al uso, fin del bipartidismo. Como dicen los anglosajones: todas las opciones están abiertas.
A la par con la opinión pública y los medios solventes, tampoco lo ha creído la oposición. Esta pide una comisión de investigación y los socialistas van adelante con la moción de censura que la comparecencia de Rajoy trataba de desactivar ya que la consideraba una "amenaza". Y es lógico. Lo que en la comparecencia quedó claro es que el presidente parece haber estado sometido al chantaje de Bárcenas, como todo el mundo pensaba. Es lo única explicación al hecho de que se mantuviera despacho, secretaria, coche y sueldo al ex-tesorero, habiendo causado baja en el partido. La única explicación a esos bochornosos SMS de aliento y apoyo y presunta complicidad, enviados después de saberse de las cuentas suizas de Bárcenas y no antes, como mendazmente dijo en sede parlamentaria Rajoy. Después y no antes. Ya solo por esos SMS Rajoy debiera dimitir, según Rubalcaba. Ciertamente. Y por otras dos razones no menos graves y dignas de invocarse:
La primera, el reconocimiento del cobro generalizado y continuado en el tiempo (20 años) de los sobresueldos y la financiación ilegal del partido. Más que suficiente para hacer las maletas.
La segunda, el manifiesto desgobierno del país. Obviamente Rajoy está concentrado en las peripecias procesales de Bárcenas, que son las suyas. No puede atender a la gobernación y lo tiene todo empantanado con el agravante de que, al parecer, se va de vacaciones un mes dejando irresponsablemente atrás los problemas abiertos en progresivo agravamiento.
Lo más llamativo de todo, la actitud del gobierno respecto a la carta de Mas, que es mucho más importante de lo que parece. Despacharla con una declaración lateral de la vicepresidenta hablando de que, llegado el caso, recurrirán al Tribunal Constitucional -el mismo al que ya amenazan docenas de recusaciones- es no tener ni idea de la gravedad de la cuestión. Los nacionalistas catalanes interpretarán el silencio de Rajoy, su falta de respuesta a la carta de Mas, como el enésimo insulto de España a  Cataluña y prepararán la cadena humana por la independencia convocada para la Diada con mayor ahínco. Nadie en el gobierno parece prever el impacto mediático del hecho, frente a lo cual no hay nada preparado en ningún terreno.
Pero es que no lo hay en ningún otro. El gobierno parece descoordinado y cada ministro lleva los asuntos según le place, provocando todo tipo de protestas. Los ejemplos más típicos son Ruiz-Gallardón, Montoro y Soria. Pero no se quedan atrás Báñez, Mato o Wert. Su impacto en la opinión pública se puede ver cómodamente consultando las bajísimas calificaciones que les otorga la ciudadanía. En una democracia es difícil gobernar y que te aprueben; pero casi lo parece más que te suspendan tan rotunda y reiteradamente.
La última ocurrencia viene del ministro Margallo, un español de pro, chapado a la antigua, que la tiene tomada con el Peñón. Ya amagó alguna confrontación con Inglaterra a comienzos del mandato pero, por entonces, Rajoy aún gobernaba algo y se consiguió frenar la ofensiva neoimperial berlanguiana. Ahora puede ser distinto ya que Rajoy está dedicado a otros menesteres y, si nadie controla este asunto, nos podemos encontrar con un conflicto diplomático serio en unas condiciones de particular debilidad, tanto en lo interior como en lo exterior.
Si a alguien se le ha ocurrido que un conflicto con Inglaterra por Gibraltar puede desviar la atención del escándalo Bárcenas/Rajoy no sabe en dónde está. Lo que le faltaba al presidente es que lo humillen -que humillen a España, diría él- en la escena internacional como sucedió con el generalato argentino cuando las Malvinas.
Pero puede que no sea una maniobra de cortina de humo sino una vuelta de la raza por sus pagos. No se olvide que nuestro embajador en Londres es Federico Trillo, un recio guerrero dispuesto a defender la integridad territorial de la Patria con las armas en la mano. Y algo de eso debe de haber porque, convocado al Foreign Office para expresarle la protesta británica, no acudió sino que envió a su segundo en la embajada. Del mismo modo a lo mejor Margallo aspira a dejar su huella en las complejas relaciones de España, el Reino Unido y Gibraltar.
 
Definitivamente, esto no puede seguir así. El país necesita un presidente que pueda dedicarle las veinticuatro horas. 

(*) Catedrático de Ciencia Política en la UNED

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