jueves, 8 de agosto de 2013

El hombre de partido / Ramón Cotarelo *

España es una partidocracia ya que el poder político lo ostentan los partidos. Que sean dos o sean más; que lo sean en todo el territorio o unas partes u otras son asuntos importantes pero secundarios. El anatema al bipartidismo no cuestiona la base del poder de partidos sino el hecho de que solo dos partan el bacalao. Quieren ser más. Más partidos. Quizá se esgrima aquí la teoría del mercado de que, siendo más partidos, habrá menos monopolios. Pero el monopolio de la representación y acción políticas seguirá siendo de los partidos.
Esta posición dominante le ha venido otorgada a los partidos, en especial en Europa, a partir de la segunda guerra mundial. La experiencia de las dictaduras anteriores -todas con partido único- que suprimieron la libertad de partidos, hizo coincidir estos con la idea misma de democracia y por ello se los reconoció en las Constituciones, se les atribuyeron funciones importantes en la marcha de las instituciones, se garantizó su financiación pública. En definitiva, se consagró un régimen partidocrático. Nada extraño pues las otras democracias liberales, anglosajonas, que no padecieron dictaduras, ya lo tenían de antes. Y encima regímenes con tendencia al bipartidismo.
En su acción de gobierno, los partidos se convierten en lo que se conoce como "asociaciones de buscadores de rentas". Ganadas unas elecciones, proceden a ocupar los aparatos del Estado y la administración pública, quitan a los que pueden y los substituyen por los suyos. El famoso spoils system gringo solo es famoso por ser los gringos quienes lo bautizaron, pues practicarlo, se practica por doquier. Y, si no se hace más es porque la Administración ha impuesto un sistema de provisión de plazas por funcionarios inamovibles precisamente para evitar que cada partido colonice la administración a su antojo cada cuatro años, consiguiendo que no funcione nada en medio de la corrupción más generalizada.
Los partidos son Estados dentro del Estado y tienden a coparlo, controlando todos sus poderes. Se organizan como gobiernos o como gobiernos en la sombra, pero no pierden nunca de vista el ejercicio del poder, del que se consideran prácticamente propietarios. El primer acto del poder es el reparto de prebendas, algo por lo que se ha luchado antes, para obtener rentas. Además, gracias al sistema de financiación pública y su acceso a fuentes ilegales de financiación privada (aunque esto no pueda darse por seguro por razones evidentes) los partidos están en situación de sobrevivir en una relativa abundancia en los periodos en que están fuera del poder.
Los partidos son los lugares en donde se hacen las carreras políticas. Actúan como mecanismos de selección de elites gobernantes entre sus militantes y dirigentes y, como es lógico, priman la antigüedad de forma que están poblados por gentes que acumulan trienios de pertenencia y militancia, saltando de unos cargos a otros, de unos puestos a otros: en la primera fila, senadores, ministros, embajadores, diputados; en la segunda fila, secretarios de Estado, directores generales, delegados del gobierno y así hasta la fila "n", asesores de libre designación y mamandurrias diversas. Ingresar en un partido en una buena posición es iniciar una carrera para toda la vida.
La doctrina al uso no gusta de los políticos profesionales porque son un desdoro para la democracia. Pero lo que hay en las democracias liberales es precisamente políticos profesionales. Son los hombres de los partidos. Lo que sucede es que no son lo mismo en todos los partidos.
El PP es un partido de políticos profesionales. Y cobran por ello. Teniéndose todos en alta estima, cobran en consonancia por lo que, a los sueldos oficiales que la administración prevé y las retribuciones que por razón del cargo tengan otorguen los partidos, añaden unos pagos graciosos en forma de sobresueldos que, según los papeles de Bárcenas, son ilegales por su procedencia. En todo caso, son biografías muy similares: gentes con toda su vida militando en el partido o defendiendo sus posiciones ámbitos distintos (los medios) de la sociedad civil pero generalmente también a sueldo del partido. Es un partido concebido como una empresa dedicada a la recaudación de fondos para articular política y jurídicamente los intereses de los empresarios, que son quienes pagan. Los políticos cumplen el mandato de los empresarios, no del electorado, y obtienen así unas rentas notables que se coronan con la seguridad de un puesto bien remunerado en algún consejo de administración. Ser dirigente del PP, militante, es un chollo. Así se explica esa unidad pétrea del partido en donde nadie discrepa, salvo casos excepcionales y con consecuencias limitadas al foro del propio partido, cuya acción unitaria nadie discute. El hombre de partido en el PP no tiene opinión ni discurso propios. Por eso se les reparten todos los días unos argumentarios en los que la organización dice lo que hay que decir en cada caso. Nada de discrepancias ni contradicciones. El hombre de partido sabe que le va la paga en ello.
El PSOE también ha evolucionado en el inevitable sentido oligárquico. Está literalmente repleto de políticos profesionales, gentes con muchos trienios también en la mochila de servicios al partido. La tasa es menor que en el PP. Pero es. La inmensa mayoría de los delegados en los congresos son cargos públicos. Suelen decir los socialistas que el suyo es "un partido de gobierno". No hay duda. Se nota en estas cosas. Rodríguez Zapatero quien, a su vez, era un oscuro pero contumaz diputado por León que había hecho la carrera en el partido, impuso un cambio demasiado brusco en el reparto de rentas e hizo de lado a un sector de históricos que se sintieron agraviados. Y tenían cierta razón, aunque no la que ellos pensaban porque, en realidad, los nuevos zapaterianos o zapateristas no eran mejores que los veteranos. También en el PSOE hay oportunidades de retiro dorado para los gobernantes y ministros que hayan favorecido de algún modo los intereses empresariales. De nuevo menos que en el PP. El hecho de ser también en parte una asociación de reparto de rentas hace que las carreras individuales configuren hombres de partido bastante disciplinados. Dos factores van en contra de esa disciplina aunque, de momento, son de importancia menor: uno es que las oportunidades son menos al haberse privatizado prácticamente todo el sector público que es donde los políticos profesionales socialdemócratas orientaban su carrera, lo que va en detrimento de la lealtad y obliga a buscarse la vida por otros pagos. El segundo es que los retazos de la antigua ideología a veces se manifiestan y surge alguna cuestión doctrinal, pero suelen ser de escasa monta. Hay una izquierda socialista dentro del mismo PSOE, reconocida, con un valor testimonial. El último retazo ideológico es el nacionalista y ese sí parece tener algo más de mordiente en la consideración del partido como máquina útil de reparto de rentas.
En el caso de IU, al ser una federación de partidos y personas, la figura del hombre de partido presenta caracteres distintos. Añádase que la funcionalidad de la organización para el reparto de rentas es muy limitada pues no se trata de un partido de gobierno, salvo a escala municipal y no muy relevante y de coalición en algún gobierno autonómico. No hay más rentas de las que puedan derivarse de la financiación pública. (Por eso es tan injusto que el gobierno del PP reduzca las asignaciones a los partidos, sabiendo que los otros no disponen de sus fuentes de financiación, incluidas las presuntamente ilegales). Nada de nombramientos de embajador, magistrado de esto y aquello y hasta simple asesor, cargo que en el PP está al alcance de Carromero. En IU las carreras suelen iniciarse por motivos ideológicos y no por intereses. Pero justamente la ideología es muy quisquillosa, especialmente manejada por intelectuales que abundan más en IU que en la academia platónica. Si añadimos su fuerte narcisismo vamos dando con la razón de ser de esa miriada de frentes, foros, movimientos, todos animados por una idea que sus dirigentes han formulado. Aquí el hombre de partido es más hombre de idea. Profesa su lealtad a un concepto que es incapaz de definir: el de izquierda. Por supuesto, también hay en IU hombres de partido a la vieja usanza, de los de carrera política al servicio de la organización. Pero estos tienden a ser los de la vieja escuela del PCE, allí donde ser hombre de partido era considerado timbre de gloria. 

(*) Catedrático de Ciencia Política en la UNED

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