martes, 10 de noviembre de 2009

Hay que acabar con la corrupción / Pedro Calvo Hernando

Vamos a ver cuánto le dura a Rajoy este relativo respiro que le trae el ficticio arreglo de la situación de su partido en Valencia y en Madrid. Porque los enfrentamientos por el poder interno siguen ahí como el primer día. Esperanza Aguirre no cejará en su empeño de hacerse con la presidencia del partido y, a ser posible, del Gobierno de la nación algún día. Pero ocurre que Alberto Ruiz-Gallardón aspira a lo mismo.

En eso están de acuerdo los tres. Pero da la casualidad de que el poder sólo puede ser para uno. Aguirre es genio y figura y este martes le plantó a Rajoy y al Comité Ejecutivo. Este miércoles sabremos si se sanciona a Manuel Cobo, que no se retractó de sus declaraciones en el "El País", bendecidas públicamente por el alcalde Gallardón. Rajoy se dedicó en el Comité a repartir broncas y amenazas, pero no mucho más.

Del desarrollo de la reunión del Comité no se puede aun sacar una conclusión definitiva, pues todas las espadas quedan en alto y a la espera de ver si las amenazas van en serio y surten inmediatos efectos o como siempre.

Pero en todo caso las tempestades internas del PP no deben hacernos olvidar que lo más importante es que Gürtel y demás océanos de corrupción siguen ahí y que incluso el sobreseimiento de lo de Camps está recurrido al Supremo.

Tan aherrojados deben de encontrarse con el problema, que ni siquiera han dicho una palabra de lo de Pretoria, lo que supone el reconocimiento de que lo suyo es infinitamente peor que lo del alcalde socialista de Santa Coloma y los ex poderosos de Pujol, pese a que el asunto encierra una gravedad indudable.

A estas alturas ya tenía que estar en marcha una acción política de descalificación severa de la corrupción y no es así, seguramente porque a todos les da mucha vergüenza. Digo esto sin caer en la estupidez de aquello de que "todos los políticos son iguales", porque unos son muchísimo más iguales que otros y unos caen en el garito de tentaciones individuales o aisladas, mientras que otros se sumergen en el océano infinito de la corrupción sistemática.

En todo caso, hay que acabar con ella.

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